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CON esta exposición de sus últimos trabajos, Miren Arenzana logra algo que se consigue en raras ocasiones: en vez de adaptarse a un espacio expositivo preexistente, sus obras crean a su alrededor un espacio propio. Inocula en La Taller un virus formal que allí parece reproducirse y mutar a su antojo, ignorando en el proceso cualquier distinción entre las dos y las tres dimensiones, la exención y la adhesión, la luz y la oscuridad. El resultado envuelve al público como una ensoñación de impacto estético fulgurante que transforma por completo su vivencia espacial y le transporta más allá de sus rutinas de recepción artística más asentadas. La partícula elemental que pone en marcha este proceso vírico de mutación del espacio es de una simplicidad pasmosa: se trata de una pirámide truncada. Ésta aparece bien constituyendo un poliedro (esto es, delimitando un volumen en el espacio tridimensional) o bien descompuesta en las figuras geométricas que forman su base y sus caras (es decir, delimitando una superficie en un plano bidimensional). Tanto en las dos como en las tres dimensiones, los límites de la pirámide son señalados por un pigmento luminiscente que se carga en contacto con la luz y brilla en la oscuridad durante un tiempo largo. El trabajo de Miren Arenzana requiere laboriosos procesos de investigación de materiales con los que trata de encontrar respuesta a problemas surgidos en la manipulación de formas, emparentando así, necesariamente, con el diseño industrial. Uno de los resultados que surgen en la iteración de combinaciones de la pirámide truncada puede ser tanto una bella escultura colgante como el prototipo de un dispositivo de iluminación sostenible. Por supuesto, la pieza misma denuncia la falsedad de esta supuesta disyuntiva. Lo que aquí interesa son los resultados de una investigación de formas y materiales, y no el significado con que estos se invistan en el marco de sistemas de prácticas socialmente construidos (tales como “arte” o “diseño” o, dicho en términos más venerables, “bellas artes” o “artes aplicadas”). En este punto la obra de Arenzana revela la verdadera profundidad de un parentesco que a primer vistazo parece superficial y azaroso. Cuando se contempla la vertiente bidimensional de este proyecto expositivo, especialmente las láminas producidas para La Taller, de inmediato vienen a la mente las intrincadas combinaciones geométricas que son la base ornamental en la arquitectura islámica. Hay aquí una necesaria afinidad constructiva y de propósito con los nudos estilizados de la azulejería de estilo girih o las muqarnas. El interés se centra en explorar la capacidad de las formas geométricas simples para construir el espacio bi- o tridimensional, por mera combinación. En el arte islámico tradicional, como en el trabajo de Arenzana, no hay lugar para la frontera entre creación y aplicación, o contemplación y función: todo se produce de modo estéticamente placentero y todo cumple su cometido práctico. No es casual que en ambos casos, y en oposición al arte europeo post-renacentista, se privilegie la luz frente a la imagen y el espacio obedezca a reglas geométricas ilimitadas antes que a la norma focal de la mirada. Quizá sea precisamente el parentesco insospechado con el eterno “otro” de la tradición estética europea lo que explica la capacidad de esta muestra para trasladar al público a una atmósfera perceptiva desconocida y deslumbrante.
Texto de Jaime Cuenca sobre la exposición de Miren Arenzana Ilunean Argi & + de Lumière para el periódico Bilbao Enero 2014.